El Cristo obrero del cerro,
Con los dos deditos en alto
y la manito extendida,
Está en pose de pedir:
“dáme do´pe pa` la co´…
H. Z (P.)
En la estampita, inédita aún, él sonríe a través de una tupida y descuidada barba. Amanecen, tras unos parpados entreabiertos, un par de rosados ojos que transmiten una inefable paz. En una de sus manos sostiene un paño con las más variadas manifestaciones artesanales imaginables. Sobre su túnica de lana de llama, se dejan caer medusescos tirabuzones de rastas. Cuelga de un hombro, cruzando su pecho, la banda de cuero de un morral. Presumiblemente en él porta unos cigarros CJ (q algunos llaman Cáncer Jujeño), un libro de algún poeta loco y desconocido para el común de los mortales; sahumerios, un rollo de alambre y una pinza para hacer señaladores en forma de clave de sol o trébol para cuando “no pinta ninguna” y hay q manguear dignamente unas monedas “palescabio”. A sus pies de sandalias franciscanas, no hay perros como en las imágenes de San Roque de la religión legitimada, sino macetas con verdes plantitas en forma de estrellitas psicodélicas de las más variadas formas. Más abajo una frase del todo persuasiva: “Loco, dejad que los colgados vengan a mi”.
Se trata del legendario San Martín del Porro, cuyo origen se pierde en la larga cadena de transmisiones orales. Algunos feligreses llegaron al santuario en forma de nave espacial de otro santo, confundidos por la particular analogía fonética que aproxima a éste con el otro. Decepcionados, y consecuentemente expulsados por camuflados alienígenas de áureas túnicas, custodios de dicha nave, repleta ésta de ortodoxos de la contradicción; debieron iniciar el éxodo al cerro más cercano “a conectar”, como dicen ellos, para hacer sus correspondientes ofrendas panteístas, de yerba mate y vino, en auténtico y puro ritual, donde cada uno “flashea su propio mambo en su canal” y cuyo centro vital es el aprendizaje de técnicas artísticas colectivas, regidas por el trueque o por la buena onda del q sabe más con el q sabe menos.
Por supuesto, como en toda colectividad, también existen los llamados “malcopados” o “la malucada”, falsos profetas del dogma, desvirtuadores del catecismo de esta cofradía, atentando contra el corazón mismo de la comunidad y los preceptos de paz y amor: aquellos q “arman bardo con la gorra” en las plazas de los diferentes pueblitos turísticos, “mambeados mal”, o le hacen los clientes a los otros, o les roban, perjudicando egoístamente al resto, convencidos q son más grossos q los otros “párces”. Estos, q atentan contra el código, son avisados previamente del malestar general ante sus actitudes por un emisario autoconvocado pero q es portavoz del grupo: “compadre, a la gente aquí no le cabe ni ahí tu energía, todo mal con vos mi loco, así q te tenés q tomar el palo o manejáte”, léase en esta expresión: el destierro “voluntario” o una gran cagada unánime q casi nunca sucede xq el expulsado suele reconocer su error. Esto, el castigo ejemplar, tiene un claro fin aleccionador, de tal manera q nadie ose atentar nuevamente contra el espíritu de solidaridad del grupo.
Hoy recién podemos empezar a hablar de este referente metafísico, “el santo de los colgados”, sacándolo de la clandestinidad más absoluta, gracias a q ya existe una media legislación q ampara a sus devotos, q no le hacen mal a nadie, y también aproximarnos aunq más no sea precariamente a esta ejemplar comunidad q, x lo menos a mi, me enseñó mucho de solidaridad en la vida...
Este es un pequeño homenaje a ELLOS, así q “va con la mejor loco!”.
Amén
Nota: Es mi obligación aclarar que esta crónica brota de un germen de creación colectiva, como casi todas, del comparir con gente copada, “buena onda ahí”.
La Kill Bill
Con los dos deditos en alto
y la manito extendida,
Está en pose de pedir:
“dáme do´pe pa` la co´…
H. Z (P.)
En la estampita, inédita aún, él sonríe a través de una tupida y descuidada barba. Amanecen, tras unos parpados entreabiertos, un par de rosados ojos que transmiten una inefable paz. En una de sus manos sostiene un paño con las más variadas manifestaciones artesanales imaginables. Sobre su túnica de lana de llama, se dejan caer medusescos tirabuzones de rastas. Cuelga de un hombro, cruzando su pecho, la banda de cuero de un morral. Presumiblemente en él porta unos cigarros CJ (q algunos llaman Cáncer Jujeño), un libro de algún poeta loco y desconocido para el común de los mortales; sahumerios, un rollo de alambre y una pinza para hacer señaladores en forma de clave de sol o trébol para cuando “no pinta ninguna” y hay q manguear dignamente unas monedas “palescabio”. A sus pies de sandalias franciscanas, no hay perros como en las imágenes de San Roque de la religión legitimada, sino macetas con verdes plantitas en forma de estrellitas psicodélicas de las más variadas formas. Más abajo una frase del todo persuasiva: “Loco, dejad que los colgados vengan a mi”.
Se trata del legendario San Martín del Porro, cuyo origen se pierde en la larga cadena de transmisiones orales. Algunos feligreses llegaron al santuario en forma de nave espacial de otro santo, confundidos por la particular analogía fonética que aproxima a éste con el otro. Decepcionados, y consecuentemente expulsados por camuflados alienígenas de áureas túnicas, custodios de dicha nave, repleta ésta de ortodoxos de la contradicción; debieron iniciar el éxodo al cerro más cercano “a conectar”, como dicen ellos, para hacer sus correspondientes ofrendas panteístas, de yerba mate y vino, en auténtico y puro ritual, donde cada uno “flashea su propio mambo en su canal” y cuyo centro vital es el aprendizaje de técnicas artísticas colectivas, regidas por el trueque o por la buena onda del q sabe más con el q sabe menos.
Por supuesto, como en toda colectividad, también existen los llamados “malcopados” o “la malucada”, falsos profetas del dogma, desvirtuadores del catecismo de esta cofradía, atentando contra el corazón mismo de la comunidad y los preceptos de paz y amor: aquellos q “arman bardo con la gorra” en las plazas de los diferentes pueblitos turísticos, “mambeados mal”, o le hacen los clientes a los otros, o les roban, perjudicando egoístamente al resto, convencidos q son más grossos q los otros “párces”. Estos, q atentan contra el código, son avisados previamente del malestar general ante sus actitudes por un emisario autoconvocado pero q es portavoz del grupo: “compadre, a la gente aquí no le cabe ni ahí tu energía, todo mal con vos mi loco, así q te tenés q tomar el palo o manejáte”, léase en esta expresión: el destierro “voluntario” o una gran cagada unánime q casi nunca sucede xq el expulsado suele reconocer su error. Esto, el castigo ejemplar, tiene un claro fin aleccionador, de tal manera q nadie ose atentar nuevamente contra el espíritu de solidaridad del grupo.
Hoy recién podemos empezar a hablar de este referente metafísico, “el santo de los colgados”, sacándolo de la clandestinidad más absoluta, gracias a q ya existe una media legislación q ampara a sus devotos, q no le hacen mal a nadie, y también aproximarnos aunq más no sea precariamente a esta ejemplar comunidad q, x lo menos a mi, me enseñó mucho de solidaridad en la vida...
Este es un pequeño homenaje a ELLOS, así q “va con la mejor loco!”.
Amén
Nota: Es mi obligación aclarar que esta crónica brota de un germen de creación colectiva, como casi todas, del comparir con gente copada, “buena onda ahí”.
La Kill Bill
2 comentarios:
Se agradece la mension a nuestra Nueva Religion y desde lo mas profundo de nuestras creencias, podemos decir que si, sabemos q las instituciones no tienen ni un minimo de interes por nuestra subsistencia. Es mutuo. Bien aventurados los bien aventurados,xq ellos son bien aventurdos. Para todos los demas estan las iglesias. HZ (P)
jajajjajaa...sos mi idolo x eso sos mi amigo y una cita latente en todos mis mails amarillos
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