miércoles, 6 de julio de 2011

Dictadores catárticos

Hay un almacén a la vuelta de mi casa a donde nunca hay que ir, NUNCA. A veces he sido buena y les he advertido a mis visitas cuando querían comprar puchos, galletas, bebidas, o lo que sea, que no vayan ahí explicándoles porqué; otras, me ha superado mi espíritu sociológico-experimental y he dejado que penetren ese purgatorio de góndolas enclenques para ver qué pasaba, cómo reaccionaban. Aunque, claro, también tengo que decir que en el medio de estas dos posibilidades cabía el olvido. Juro que a veces me colgaba, se me pasaba, pero algunos siguen sin creerme acusándome de malvada y otros, más categóricos, de hija de puta, directamente.

De la misma manera que “uno no se baña dos veces en el mismo río”, como decía sabiamente Heráclito, tampoco uno es el mismo cuando entra en ese almacén que cuando sale y rara vez, a menos que sea un patológico masoquista, volvería a entrar, antes caminaría veinte cuadras. Digamos que es un viaje sin escalas de la filantropía a la misantropía. La imagen que podría ilustrar lo que sucede es la de alguien que entra allí haciendo salticados despreocupados, envuelto en una escenografía bucólica móvil -con cofia, cayado y veinte cabezas de ganado incluidos- con esa sonrisa inmaculada de aquel que jamás ha sido siquiera rozado por la fatalidad y termina, por supuesto, saliendo en blanco y negro con las ovejitas esquiladas y la cofia de la inocencia deshilachada.

Como dicho recinto está ubicado en una esquina estratégica, he podido observar millones de transeúntes incautos salir de allí con los labios temblorosos de murmuraciones blasfemas y una mirada iracunda desorbitada que rápidamente esquivaba cuando se posaba en mi, no vaya a ser cosa que se la agarren conmigo.

Por esto que vi, es que me consta que mis visitas no han sido las únicas victimas y tal vez esto sea lo único que pueda atenuar mi culposidad.

Yo sabía que, justamente por la cercanía, había un 99 % de probabilidades que la visita ingenua de turno, desemboque en ese falso oasis de rápida desocupación y confieso que muchas veces he cerrado la puerta diciendo para mis adentros: “que se curta!”. Así se repetía la secuencia: pasaban 15, 20, 35 minutos, sonaba el timbre, me levantaba con una sonrisa de “yo sabía” que rápidamente se disipaba poniendo mi mejor cara de poker y, haciéndome la San boluda, abría la puerta preguntándole: ehhh! qué te ha pasao!? Porqué te has demorao tanto!? A dónde te ha` ido!? Y el otro, con el gesto de aquel que ha sido corrompido por la crueldad del mundo, me decía agobiado: -“no, el coso ese del almacén de la esquina no me dejaba ir, me contó toda su vida, boluda; las internas con los proveedores, los problemas con la madre, la situación del país, y no lo podía cortar, el chabón seguía, un bajón”. Cada vez que esto pasaba, sentía que iba a explotar por dentro de la risa y todavía no sé cómo he podido seguir disimulando hasta el final.

Creo que si hay un lugar para adobar la tolerancia, Ese, es el indicado. Claramente he sido victima de ese nefasto señor también y no iba a ser tan egoísta de privarles el aprendizaje a otros. Lo que no entiendo es cómo es que sigue abierto después de cagarle el día a tanta gente, es un misterio más del universo, algún día se tienen que extinguir los incautos.

Pero como todo está regido por la lógica albañileril: “una de cal y una de arena” y como, después de todo, nadie sale invicto de la justicia cósmica, mi maldad sistemática no quedó impune. Me ha vuelto muchas veces ese bumerang simbólico en forma de otros seres igualmente autoreferenciales que circulan por la vida sin registro del otro. Este perno me ha tocado a la puerta, literalmente. Gente que venía a mi casa a buscar a otra gente y como no estaban y yo trabajo en mi casa, usaban mi cuarto de sala de espera y, al tiempo, mi cama de diván terapéutico contándome sus problemas como si yo estuviera al re pedo. Obviamente olvidáte de un “y vos, cómo estás?” de su parte, no, en esas circunstancias uno queda anulado gravitando en el quinto anillo de una planeta sin vida. Esto se repitió un par de veces hasta que me cansé. Mi antídoto para estos seres fue contundente, pensé: “este va a cagá, cuando venga y peche con la bici pa´ meterse igual aunque no esté el que busca y hacerme lo mismo de siempre, lo dejaré entrar y no bien pise mi pieza empezaré a descargar mis mierdas remontándome hasta mi infancia”. Así lo hice y así mermó el tránsito de la caravana de sufrientes.

Pero los peores, sin duda, son los mambeados peatonales, bajones ambulatorios éstos, que tienen, encima, la cualidad de encontrarte SIEMPRE (porque así es la ley de Murphy) cuando vas con los pelos al viento llegando tarde a donde tenés que ir. Te agarran en plena esquina, que además está así (hago el gesto de juntar los dedos) porque es hora pico, como si tuvieses un cartel en la frente que dice “deposite aquí sus conflictos” o “psicólogo amateur, a su merced” y mientras vas diciendo “¿cómo estás?”, al ver su cara que se va compungiendo, te vas dando cuenta del grave error que fue formular esa muletilla y por supuesto dice: “mal, mal, boluda, no sabés lo que me pasó! Y bla, bla, bla…” y adentro tuyo empieza el fluir violento de la conciencia: NO, NO, CULEAO!, EN LA CALLE NO! ERA UNA FORMA DE DECIR! ME TENES QUE DECIR: BIEN, TODO BIEN Y SEGUIR CON TU VIDA, MIERDA!. TACAÑO! PAGATE UN PSICOLOGO! ETC, ETC.

De más está decir que si la molestia existe es porque el otro no es precisamente un amigo cercano. No, es un casual absoluto, pragmático y tiránico que se dedica a eso: a limar gente metamorfoseando metonímicamente a los otros en un mero par de orejas.

A modo de moraleja (y me salió un verso sin esfuerzo): Hay que cortárles el chorro de una, no sólo porque uno también tiene una vida sino, y sobre todo, porque fomentar su egolatría es perjudicial para la construcción colectiva de un mundo mejor.

Por más solidarios y menos individualistas.

Kill Bill

3 comentarios:

El Gaucho Santillán dijo...

Tenès toda la razòn.

Amèn

ioqui dijo...

jajaj, me cagué de risa. Sé perfectamente cuál es el señor del que hablás. Un día fui por equivocación, entré re apurada, muerta del cansancio, con la mochila y hambre. El culiado del tipo no me daba el VUELTO, o sea, me tuvo ahí media hora, hablándome de los proveedores y no sé qué mas. Me fui empingada y nunca más volvi!! Extrañé mucho a mi almacenero de la san lorenzo. Que se busque una vida el tipo...

Kill Bill dijo...

Gaucho: Esos seres son estereotipos universales, para nuestro pesar, no hay quienes no conozcan un nefasto asi.
Ioqui: jajaja, grave error, te imagino saliendo con los rulos alisados, como dije, nadie sale igual de ahi