jueves, 13 de octubre de 2011

Alarmas y monedas (02/04/09)

-“¿Porqué suena la alarma?”- preguntó la desconcertada sonrisa de una de esas señoras a las que jamás podría adjudicárseles un vulgar hurto supermercadístico.
- “Suena por que suena…por que es alarma”-contestaron las cejas arqueadas a más no poder, de tal manera que se salían hastiadamente de la frente del vigilante hasta no vérselas,como si fuera una hartante obviedad esa pregunta. Claro que lo era! Por que es tan inherente a las alarmas sonar como a los perros ladrar, no importa porqué, no debe cuestionárseles su función, es así porque es así y punto ¿Uno le pregunta a los perros callejeros: “porqué me ladrás, qué te hice”? No, no lo hacemos porque sabemos que no nos responderán, que es una pregunta estéril, a lo sumo como respuesta podemos recibir una mirada brillante, taciturna, resignada que nos dice: “ladro porque soy perro, y para eso estoy, es intrínseco a mi perridad, no es nada personal”. ¿Por qué perturbar entonces, haciéndole gastar saliva con preguntas inútiles, al pobre hombre que está podrido de abrocharle los inoportunos bolsos, con plastiquitos delatores, a gente que no tiene monedas de 1$ para guardarlos en los casilleros?
Pero la gente no tiene la culpa porque, cuando uno va a pedir cambio a los cajeros, también estos arquean las cejas y te dicen que no tienen, porque en esta provincia se codician tanto las monedas como lo hacía el caudillo Facundo Quiroga, por allá, en el siglo XIX, quién monopolizaba las monedas de toda La Rioja según decía el “señor” Sarmiento para ilustrar la “barbarie”. O sea que las cosas no cambiaron tanto no?
El lector coincidirá conmigo en que el monopolio de monedas es un acto de barbarie, un flagelo cotidiano que acarrea muchas situaciones frustrantes y devastadoras que se repiten circularmente.
El siguiente hecho recurrente es ilustrativo de esto que afirmo: tener que comprar chicles, o cualquier boludez -con perdón de la "vulgaridad"-, en el único kiosco abierto un domingo a la siesta -donde no venden cospeles, claro- para que te den cambio de 10$ (odiando la cara de “el creador de la bandera”) con el potencial agravante de que “te haga” los 10 centavos el colectivero porque el boleto hoy sale 1.40$ y rara vez tenés cuatro monedas de 10 centavos y más raro que perro verde aún, tener una de 25 y otra de 5! Y lo que sigue es una profunda sensación de desamparo frente a la mirada burlista del colectivero en el espejito, como diciendo: “ni soñés que antes de bajarte tendrás tus 10 centavos”. Y pensás en lo injusto que es que vos no podás hacer lo mismo, subirte un día y decirle: “te debo 10”. Y odias, a su vez, al kiosquero que el otro día te dio un caramelo “alca” por los 10 y, metonímicamente, a todos los kiosqueros del mundo q hicieron de tu monedero una caramelera, a los cuales tampoco, como es lógico, podrás comprarles cospeles nunca con esa bolsa hipotética que podrías llenar con todos los caramelos que te encajan de prepo.
En ese momento no te pasa la vida por los ojos sino la cara de todos los kiosqueros que viste en tu vida que, día tras día, con el correr de las modas -kiosqueras con pantalones tiro alto y flequillo con limón, kiosqueros con camisas leñadoras, etc-; con los cambios económicos -en australes primero, en pesos luego- te "hicieron la guita” sistemáticamente de mil maneras encajándote caramelos -“media hora”, de menta o de dulce de leche que se te pegan en el paladar como hostias- todos ellos simétricamente horribles, como si hubiesen hecho un estudio de mercado en cada contexto para ver cómo joderle mejor el ánimo a los consumidores de cospeles.
Entonces empezás a ponerte paranoico pensando que tal vez todo esto no sea azaroso, que tal vez los kiosqueros, los colectiveros y la empresa de caramelos “alca”, estén complotados, y hasta agremiados clandestinamente, para repartirse las monedas; que tal vez configuran una logia de adoradores de monedas, cuya oración de cabecera sin duda sea un legendario poema español del siglo XIV llamado “ejemplo de la propiedad que el dinero da” que figura en el Libro de buen amor del Arcipreste de Hita, cuyo protagonista principal, claro está, es el Poderoso caballero don dinero, sublime alegoría extensiva a los tiempos que corren; y que mientras lo hacen –rezar- comen, a su vez, esas monedas históricas de chocolate con papelito dorado -que son tan ricas-, y los odias más y más, mientras mirás por la ventanilla y rueda una lágrima de amargura por tu rostro…
El lector, sabiendo perdonar la digresión verborrágica en la cual, de repente, esta humilde observadora urbana enajenóse, bajará del colectivo y entrará al supermercado nuevamente, encandilado por las luces de celestiales fluorescentes. Tomará un carrito y, acompasadamente, paseará, sincrónicamente con él, por las góndolas –simulacros obsenos de abundancia al alcance de la mano-, porque no hay en el mundo coordinación más bella, armónica y perfecta, que la que establecemos con ese móvil féretro de nuestros bolsillos, una catártica y desenfrenada danza que desemboca en los tobillos del incauto que va delante nuestro, al que, sin zapatillas y sin disculpas, dejamos atrás articulando histriónicamente impotentes improperios.
Todo es felicidad hasta que llegamos a la caja, infame aduana que nos devuelve a la realidad capitalista de que-nada-es-gratis-y-que-estamos-arrojados-en-el-super-y-no-alcanza-el-d-i-n-e-r-o-porque-es-fin-de-mes-y recién nos damos cuenta!!
Entonces alguien atrás tuyo con un apuro de fin de mundo, preferentemente una señora con una agriedad que agrieta su rostro, en especial su boca en curva descendente y su nariz fruncida como si oliendo la peor cloaca estuviera hace años; descarga el contenido de su carro yuxtaponiendolo frenéticamente sobre tu mano, abandonada en la cinta de la caja, o bien, encima de tus cosas, Y “guay” con mirarla feo que no le temblaría el pulso para apuñalarte con un pan flauta!
…así que, cuando “te dan la cuenta”, “te das cuenta” que el contenido de tu billetera - cuyo nombre, dicho sea de paso, constituye una ironía despiadada- es inversamente proporcional a la cantidad de sudor que corre por tu frente ahora y directamente proporcional a la multiplicación de rostros iracundos que te suceden cuando ven que te demorás haciéndote el que buscás plata en el bolso (a sabiendas que no tenés un mango) y sólo sacás -cuál Mary Popins- martillos, clavos, pinceles, tizas y demás cosas insólitas de adentro (bueno, supongo que no a todos les pasa, esto hacía mi madre que es profesora de dibujo en epocas de armar paneles para exponer las creaciones de los chicos de la escuela) y entonces si...pasa finalmente que escuchan que vas a dejar “algunas cositas” (que casi siempre es más de la mitad o casi) porque no te alcanza, y la horda de consumistas acrecienta alevosamente la marea murmurante de quejas y muecas de molestia mientras el/la cajero/a te hacen nuevamente el ticket, en una incómoda eternidad de segundos que desgarra la atmósfera volviéndola irrespirablemente molesta…
Al fin te vas… caminando lento sólo para cobrarte la gratificante revancha de escuchar cómo le suena la alarma a la vieja de cara agria, cómo le ladra desaforadamente sólo a ella en un acto de inolvidable justicia poética -aunque más no sea-, un pequeña batalla ganada a la humillación ejercida por el individualismo y la intolerancia de los sujetos de los carros llenos...como se ve, el super es como la vida y las alarmas -a veces aunque raramente como ahora- reivindicatorias...
Kill Bill

1 comentario:

El Gaucho Santillán dijo...

Bien por la alarma!!

A veces, Dios actùa con justicia.

Bien escrito.

Un abrazo.