“Hay que ver
Calle 13!” Vengo agitando imperativamente desde que me enteré que iban a estar en Salta. Es la
primera vez que viajo a ver una banda en otro lado con gente coetánea, todos jóvenes.
Subo al bondi y es muy “volver a los 17” todo, muy Bariló. Gente chupando hasta
morir, vomitadores etílicos precoces que chuñaron el baño del bondi antes de
salir a la ruta, más todavía, antes de que arranque el colectivo. No me gusta
el Fernet y de pronto tengo un vaso enorme en mi mano, tomo para no ser tan
ñoña pelando el mate a las 2 de la tarde. De pronto murmullo, quejas, la
improlijidad de siempre: revendieron asientos y 14 personas que ya pagaron y no
tienen asiento suben y se amotinan en el bondi para poder viajar. No pueden
viajar parados así que los hacen bajar y gestionan otro colectivo.
Bien, al fin salimos!
Hay gran expectativa. Nadie se avivó de llevar música así que vamos escuchando
Eros Ramazzoti y la Oreja de Van Gogh. Hay gente de rastas y con pinta de
densa que sabe las letras y las canta. Mis amigas hacen las coreo: no las
conozco. Hay llamadores de atención que hablan a los gritos, creen que eso es
sexi, creen que van a levantar algo. Se aprecian las presumidas obvias. Gente
que fuma y no entiende que no se puede quemar nada arriba, que existe gendarmería.
Debatimos si es que son pelotudos, pendejos o que les chupa un huevo todo. Me duele
la cabeza de tanto humo y eso que fumo, es la costumbre de haber madurado y no
fumar en espacios cerrados, o mis 32 años, no sé. Me clavo un Ibuprofeno y me
duermo un ratito.
Hacemos parada,
bajamos a buscar un baño decente y a comprar víveres. Cuando volvemos, unos
amigos nos cuentan que pasó Pablo Lescano por ese parador, nos muestran la foto
cholula que se sacaron. Digo que estamos en la ruta de la marginalidad, aunque
haya que discutir qué es eso, no importa, todos sabemos de qué hablamos.
Subimos al bondi para retomar la ruta. Cuando controlan si estamos todos, se
dan cuenta que hay dos seres nuevos: cambiaron de bondi con otros dos que ya
estaban en ruta. Dos dedos de frente es mucho pedir: hay una lista pal seguro
chango! Avisen!. Después de toda esa rosca salimos al fin de nuevo. Me pregunto
si así serán los viajes para ir a las misas del Indio, y me respondo sola que
esto debe ser muy light, y que me queda eso pendiente como experiencia para
cotejar (nota mental, fluir de la conciencia impune porque esta es mi escritura
y hago lo que quiero). En suma, la magia de los viajes rockeros juveniles.
Llegamos. Todo
es puro entusiasmo. Luego de la eterna cola burocrática de siempre, entramos. Estamos
en un predio inmenso. Nos ubicamos en donde la trama de gente se vuelve impenetrable y no se puede avanzar más. Estamos más o menos cerca pero se
ve apenas. Entra Calle 13 cantando “fiesta de locos”. Nunca fue más literal. De
pronto, de la calma misma se erige una ola monstruosa de gente que amenaza con aplastarnos. Ahí supe que mi tobillo estaba habilitado para saltar: el
instinto de supervivencia puede más que el dolor en el piedra, papel o tijera
de los recitales. Decidimos salir de ahí o moríamos. Sólo el que alguna vez hizo
pogo o fue absorbido por ese remolino vertiginoso de energía irracional, sabe/intuye
cómo salir con vida. Salí saltando para atrás porque si me daba la vuelta iba a
terminar patas pa`rriba cual cucaracha, expuesta a la pisoteada masiva y
unánime. Cuando llegamos a un remanso de gente supimos lo mal que la estábamos pasando
antes.
Pero realmente
no sé si todo esto es tan importante de contar, como el hecho de que René Pérez
haga subir a dos miembros de la comunidad Wichi al escenario para decirnos que todavía
existen y nos necesitan. Más que las palabras, más que sus canciones, sentí ese
gesto como un manifiesto. Creo que muchos lo sentimos porque nos encontramos de
pronto llorando frente a un escenario. Podremos discutir si es demagógico, si
el mercantilismo de una banda masiva como Calle 13, si la conveniencia de jugarla
de marginal tirapiedras pero contradictoriamente ser parte del sistema, y la
mar en coche, pero yo lloré porque sentí ese gesto genuino, el gesto de
devolverle la voz al otro, donde debe estar, y no hablar por él, porque sentí la
tristeza, la rabia, la impotencia, las ganas de luchar, cuando escuché a esa
mujer Wichi, sentí su historia, la nuestra como Latinoamérica, fluir por las
venas, porque me siento representada en esas canciones que escuché tantas veces
caminando por las calles, caminando, como debe ser, nunca quieta, nunca
paralizada.
Fue el recital
más movilizante al que he ido, después de Waters y muy diferente por el
particular tinte latinoamericanista. Altos cimbronazos ideológicos que te dejan
electrizad@, donde el arte es vehículo de un repudio inteligente, creativo,
potente, al poder dominante.
La simplicidad
de René Pérez es estremecedora, incitando siempre con el discurso a la
hermandad, al cuidado de unos y otros (aunque era claro que a no todos les
había llegado la idea y se masacraban por estar adelante, como si eso fuera lo
realmente importante de estar ahí) una estrella con un brillo raro,
enceguecedor, enorme, que cuando se produjo el corte de luz masivo en la mitad
de uno de sus temas nuevos, en lugar de putear porque le cagaron la performance,
se puso a repartirle agua a la gente. Así de simple, así de humano el tipo.
De pronto la
lluvia y “Latinoamérica”, momento simbólico, momento mágico. Y un cierre
fiestero con “vamo`a portarnos mal”. Así fue todo, oscilar de la conmoción al
baile descontrolado pero con una bisagra común: la rebeldía ante el opresor y
la búsqueda incansable de liberación.
Y después volver a la realidad, volver al
colectivo y bardo porque alguien del bondi le choreó un vino a otro. Nos
preguntamos qué son esos, si lumpenes o caretas, siempre la preocupación por la
clasificación. Pero el tema es que no importa, lo que sí, parece que nunca
escucharon una canción de la banda a la que fueron a ver, nunca a conciencia al
menos, no se dejaron envolver por la ira de sabernos enfrentados por boludeces
y no ocuparnos de lo importante, una lucha más inmensa, más solidaria, que
disuelva los individualismos, ese es el mensaje: la rebeldía. Sólo que algunos
confunden rebeldía con viveza criolla o pelotudez, lamentablemente. O escinden
lo que dicen que piensan de su comportamiento concreto. En fin, las
contradicciones de siempre en todo que hace que una piense: mmm ta duro hacer
la revolución, falta bocha!
En suma, un
recital intenso, inspirador, una mecha prendida, una patada voladora a la
conciencia, pero sólo para aquellos que tienen las pelotas de abrir las
entrañas al impacto de ideas liberadoras, porque las ideas están ahí, pero hay
que transformarlas en acciones para darles alma.
Fue lindo "volver a los 17" pero con esta cabeza y este corazón.
Kill Bill
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