jueves, 15 de junio de 2017

Re-presentación de “Libreta” del poeta Walter Juárez

Nosotros…
el temor de lo desconocido
el abrazo de esa cartera que se asusta,
solo por ser nosotros (…)
nosotros los ellos
los otros
aquellos.
Walter Juárez. Libreta.

Walter Juárez es un poeta changarín de Villa Amalia (Tucumán). Así, en ese orden. Si hablás con él te va a decir eso, que él antes que todo es poeta y que lo demás es accesorio, es laburar para subsistir en un sistema que es voraz, impío. Supe de él por pura casualidad -o causalidad-. Mi amiga Vero, que siempre tiene la bendita costumbre de abrirme horizontes, me llevó a la presentación de su poemario, que ahora, aquí, voy a re-presentar. Lo escuché y me emocioné. Pensé en Camilo Blajaquis, sólo que él no tiene un pasado delictivo. Pero sí ambos son poetas, con una vida llena de privaciones, que encontraron en el autodidactismo una salida, una forma de resurgir y dignificarse. Me alucino como frente a todo aquel que tenga conciencia y orgullo de su origen, de su clase, como todo aquel que entienda la importancia impostergable de cambiar el mundo, en la escala que sea y como sea, en este caso, a través del arte.
El poemario de Walter es una sacudida importante desde el primer poema. De entrada nomás habla de una “poesía a cara descubierta con pasamontañas subversivo”, mientras él lee, como acostumbra, con un pasamontañas puesto. Pienso en los zapatistas. Pienso en esos pasamontañas que borran liderazgos y vedetismos, para erigir al sujeto colectivo, revolucionario. Y así mismo pienso esto que dice. Que, aunque parezca, no es una contradicción una poesía a cara descubierta con pasamontañas, más bien todo lo contrario. Lo más honesto y descubierto es ese gesto de ocultar la identidad individual para  destacar a otro, para ser el canal de expresión de muchos oprimidos, para mostrarlos.
Su poesía une universos históricamente escindidos: el trabajo intelectual y el trabajo manual. Pienso que el único que pudo hacer esa conexión es Gramsci cuando habló del intelectual orgánico, y yo creo que Walter lo es. Resuenan para mí los realistas de Boedo, un Bernardo Verbitsky, con “Villa miseria también es América”, un Neruda menos cursi y más comprometido con sus “Odas elementales”, un González Tuñón, un Miguel Hernández en el que él se reconoce explícitamente.
Las poesías de Walter enaltecen las cosas cotidianas de los barrios, a través de imágenes muy claras: la cumbia, los rocanroles, las chacareras, el cigarro, el maní, las mandarinas, las ollas, el vino, la damajuana, los vasos de botellas de plástico, el mate, el barrilete, las lamparitas, las esquinas, las ranchadas, el fútbol, San Martín, la murga. Como así también la cultura del norte argentino: los lapachos, el valle, el llano, la zafra, los cerros, desde lo que él llama la “Periferia lingüística”, los “suburbios de la lengua” que se teje con un lenguaje poético también erudito, que revela su autodidactismo. Pero su poesía a su vez excede todas estas fronteras, no hay etnocentrismos, ni nacionalismos, lo abarca todo, “mi pueblo es el mundo entero”, dice, como cuando José Martí dice “Patria es humanidad”. Su poesía es simple y compleja a la vez, como la del poeta cubano para mí.
Su poesía también es metatextual, un ensayo de sí misma, se define siempre desde una conciencia de la exclusión y desde una conciencia política, ideológica muy clara, fundiéndose con categorías militantes. Así a lo largo del poemario vamos a ver que siempre la poesía se define como marginal, insurrecta, revolucionaria, subversiva, guerrillera, libertaria. Es clara la filiación con los ideales setentistas, en las resonancias con Gelman, del anarquismo y del guevarismo en la figura de un poeta que se erige como el “hombre nuevo”.
Pero no hay aquí una militancia manija de ceño fruncido. El amor y la ternura siempre salvan, que no son sólo hacia una mujer, sino también para los otros, que no pueden faltar nunca, que son indispensables, porque “hay que endurecerse pero sin perder la ternura jamás” como dijo el Che, porque la revolución se concibe como un gesto de amor a la humanidad.
 El lugar que tiene la palabra, la pluma, la tinta, imágenes recurrentes en el poemario, en esa revolución es inmenso. Es una herramienta de lucha, un fúsil, una bomba, en eso las imágenes también son por demás contundentes. Son capitales para denunciar y gritar la desigualdad y la injusticia de ahora, la tiranía del mercado, el genocidio neoliberal, la alienación en la que estamos. Pero también para repudiar las aberraciones de antes, la de la dictadura, y construir una conciencia histórica, un pensamiento, la utopía revolucionaria, desafiar lo que él llama “los modos y las modas”.
El carácter revolucionario de la poesía de Walter se expande hacia la forma también, en sus versos libres, liberados de corsets métricos, en la experimentación del lenguaje con sus neologismos, el juego con tipografías diferentes, las dislocaciones sintácticas.
Esto que cuento es una lectura, es una interpretación y es un intento de persuasión para que lo lean. Hay que leer a Walter por muchas razones a la vez: porque técnicamente lo que produce es impecable, porque es un excelente poeta, porque visibiliza la realidad de miles que viven privados de derechos desde un lugar empírico y en primera persona con conocimiento de causa, porque te vuela la cabeza y la conciencia, porque es revolucionario, porque es sencillo, porque expropia la poesía de las élites y la devuelve a donde siempre perteneció y de las entrañas de las que salió: la cultura popular, y porque es nuestro, es tucumano.
No tengo palabras para agradecer el honor de pedirme presentarlo. Perdón por los momentos de spoiler, pero necesitaba convencerlos de lo necesario y urgente que es leerlo. Espero haberlo logrado.

Kill Bill 

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