Nosotros…
el temor de lo desconocido
el abrazo de esa cartera que se asusta,
solo por ser nosotros (…)
nosotros los ellos
los otros
aquellos.
Walter Juárez. Libreta.
Walter Juárez
es un poeta changarín de Villa Amalia (Tucumán). Así, en ese orden. Si hablás
con él te va a decir eso, que él antes que todo es poeta y que lo demás es accesorio,
es laburar para subsistir en un sistema que es voraz, impío. Supe de él por pura casualidad -o causalidad-. Mi amiga Vero, que siempre tiene la bendita costumbre de abrirme
horizontes, me llevó a la presentación de su poemario, que ahora, aquí, voy a
re-presentar. Lo escuché y me emocioné. Pensé en Camilo Blajaquis, sólo que él no
tiene un pasado delictivo. Pero sí ambos son poetas, con una vida llena de
privaciones, que encontraron en el autodidactismo una salida, una forma de
resurgir y dignificarse. Me
alucino como frente a todo aquel que tenga conciencia y orgullo de su origen,
de su clase, como todo aquel que entienda la importancia impostergable de
cambiar el mundo, en la escala que sea y como sea, en este caso, a través del
arte.
El poemario de
Walter es una sacudida importante desde el primer poema. De entrada nomás habla
de una “poesía a cara descubierta con pasamontañas subversivo”, mientras él
lee, como acostumbra, con un pasamontañas puesto. Pienso en los zapatistas.
Pienso en esos pasamontañas que borran liderazgos y vedetismos, para erigir al
sujeto colectivo, revolucionario. Y así mismo pienso esto que dice. Que, aunque
parezca, no es una contradicción una poesía a cara descubierta con pasamontañas,
más bien todo lo contrario. Lo más honesto y descubierto es ese gesto de
ocultar la identidad individual para destacar a otro, para ser el canal de expresión de muchos
oprimidos, para mostrarlos.
Su poesía une
universos históricamente escindidos: el trabajo intelectual y el trabajo
manual. Pienso que el único que pudo hacer esa conexión es Gramsci cuando habló
del intelectual orgánico, y yo creo que Walter lo es. Resuenan para mí los
realistas de Boedo, un Bernardo Verbitsky, con “Villa miseria también es
América”, un Neruda menos cursi y más comprometido con sus “Odas elementales”,
un González Tuñón, un Miguel Hernández en el que él se reconoce explícitamente.
Las poesías de
Walter enaltecen las cosas cotidianas de los barrios, a través de imágenes muy
claras: la cumbia, los rocanroles, las chacareras, el cigarro, el maní, las
mandarinas, las ollas, el vino, la damajuana, los vasos de botellas de
plástico, el mate, el barrilete, las lamparitas, las esquinas, las ranchadas,
el fútbol, San Martín, la murga. Como así también la cultura del norte
argentino: los lapachos, el valle, el llano, la zafra, los cerros, desde lo que
él llama la “Periferia lingüística”, los “suburbios de la lengua” que se teje
con un lenguaje poético también erudito, que revela su autodidactismo. Pero su
poesía a su vez excede todas estas fronteras, no hay etnocentrismos, ni
nacionalismos, lo abarca todo, “mi pueblo es el mundo entero”, dice, como
cuando José Martí dice “Patria es humanidad”. Su poesía es simple y compleja a la
vez, como la del poeta cubano para mí.
Su poesía
también es metatextual, un ensayo de sí misma, se define siempre desde una
conciencia de la exclusión y desde una conciencia política, ideológica muy
clara, fundiéndose con categorías militantes. Así a lo largo del poemario vamos
a ver que siempre la poesía se define como marginal, insurrecta,
revolucionaria, subversiva, guerrillera, libertaria. Es clara la filiación con
los ideales setentistas, en las resonancias con Gelman, del anarquismo y del
guevarismo en la figura de un poeta que se erige como el “hombre nuevo”.
Pero no hay
aquí una militancia manija de ceño fruncido. El amor y la ternura siempre salvan,
que no son sólo hacia una mujer, sino también para los otros, que no pueden
faltar nunca, que son indispensables, porque “hay que endurecerse pero sin
perder la ternura jamás” como dijo el Che, porque la revolución se concibe como
un gesto de amor a la humanidad.
El lugar que tiene la palabra, la pluma, la
tinta, imágenes recurrentes en el poemario, en esa revolución es inmenso. Es
una herramienta de lucha, un fúsil, una bomba, en eso las imágenes también son
por demás contundentes. Son capitales para denunciar y gritar la desigualdad y
la injusticia de ahora, la tiranía del mercado, el genocidio neoliberal, la
alienación en la que estamos. Pero también para repudiar las aberraciones de
antes, la de la dictadura, y construir una conciencia histórica, un
pensamiento, la utopía revolucionaria, desafiar lo que él llama “los modos y
las modas”.
El carácter
revolucionario de la poesía de Walter se expande hacia la forma también, en sus
versos libres, liberados de corsets métricos, en la experimentación del
lenguaje con sus neologismos, el juego con tipografías diferentes, las
dislocaciones sintácticas.
Esto que
cuento es una lectura, es una interpretación y es un intento de persuasión para
que lo lean. Hay que leer a Walter por muchas razones a la vez: porque técnicamente
lo que produce es impecable, porque es un excelente poeta, porque visibiliza la
realidad de miles que viven privados de derechos desde un lugar empírico y en
primera persona con conocimiento de causa, porque te vuela la cabeza y la
conciencia, porque es revolucionario, porque es sencillo, porque expropia la
poesía de las élites y la devuelve a donde siempre perteneció y de las entrañas
de las que salió: la cultura popular, y porque es nuestro, es tucumano.
No tengo
palabras para agradecer el honor de pedirme presentarlo. Perdón por los
momentos de spoiler, pero necesitaba convencerlos de lo necesario y urgente
que es leerlo. Espero haberlo logrado.
Kill Bill
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